viernes, 13 de diciembre de 2013

Capítulo IV: Un día caluroso y largo


Creo que debo explicar la razón por la que voy a Gedea. Kyra ya ha cumplido ocho años y es necesario que sea presentada ante los profetas lo antes posible. Es parte de la tradición religiosa de Kil, presentar a los niños ante los profetas a esta edad. Claro, que yo hubiera podido presentarla ante los profetas que hay en nuestra pequeña ciudad, Matur, en Nephilia, pero mi familia tiene sus propias tradiciones, y cada niño de la familia Keylat, durante las últimas diez generaciones, ha sido presentado a los profetas en Gedea.

La razón por la cual me es tan urgente llegar a tiempo a Gedea, es porque obviamente no soy el único padre que lleva a su hija a presentarse. Y el templo de Gedea es terriblemente solicitado para esta ceremonia. He solicitado la fecha para la presentación de Kyra desde que ella tenía tres años y los profetas son muy estrictos en cuanto a la puntualidad. Si alguien no se presenta a tiempo, se le dará el lugar a alguien más y yo tendré que conformarme con presentar a Kyra ante el profeta en Matur y deshonraré el legado familiar de los Keylat.

Es peor de lo que suena.

Hace demasiado calor, así que Kyra abre su parasol. Pasamos junto a dos mujeres que siguen con la mirada a mi hija.

-Mira, que cosita tan tierna. Parece muñequita.

-¡Sí! Mira que cabello tan lindo tiene, y sus ojitos.

-Su piel es muy blanca, apostaría que su padre nunca la deja asolearse.

-Vale la pena, seguro será una señorita muy hermosa.

Kil tiene dos soles. Hace mucho más calor de lo que hace en otros planetas, la mayoría de la gente de las grandes ciudades tiene tez morena u oscura.

Recuerdo que Caddy siempre tuvo una piel tan o más blanca que la de Kyra, y es que nuca salía de La Fortaleza por largos periodos. Su piel se volvió algo morena cuando salió en busca de Young. Young siempre ha tenido una piel morena, color caramelo, y es alto, como todos los nefilios. A veces se golpeaba la frente en los dinteles de La Fortaleza. Caddy era pequeña, apenas dos brazos y menos de tres manos de estatura*, su cabello intensamente negro era rizado y caprichoso. Young tenía cabello castaño, lacio, pero algo rebelde.

Mientras caminamos hacia un pequeño campo, a unos veinte cuerpos del tren, me doy cuenta de que alguien nos sigue. Es un anciano que camina bastante rápido, a pesar de usar bastón.

-¡Joven, joven!- me llama, - su niña ha dejado caer esto –el hombre nos extiende unos guantes de encaje, pequeños, con borde perlado.

-Lo siento, señor, pero Kyra no tiene unos guantes como esos.- digo amablemente, rechazándolos.

Kyra es algo tímida y en cuanto ve que hablo con el hombre, se esconde detrás de mí, espiándolo de reojo.

-Por favor, estoy seguro que son de ella- insiste el hombre.

-Quizá sean de alguien más- comienzo a desconfiar cuando veo detenidamente los guantes. Están completamente limpios y prolijos, como si nunca se hubieran usado antes. El hombre se dirige a Kyra.

-Anda, pequeña, que seguro estos son tuyos, dile a tu padre- dice mientras extiende los guantes hacia ella.

Kyra esconde su cabeza detrás de mí. Tiene miedo.

-Disculpe, señor- vuelvo a decir- esos guantes no son de mi hija. Muchas gracias.

Cargo a Kyra y regreso a la cabina. A Kyra no le gustan los extraños. Es muy huraña en ese aspecto. Pasamos el resto de la tarde leyendo, hasta que nos llaman a cenar. Durante la cena puedo ver al mismo hombre al final del salon, cenando solo. Nos mira y esboza una sonrisa. Yo finjo ignorarlo y apresuro a Kyra a terminar su cena.

Kyra se pone el pijama mientras le preparo la cama, bueno, el sillón. No pensé que tendríamos que pasar la noche aquí, así que pedí una cabina sencilla. Pongo seguro a la puerta y Kyra me recuerda que debo continuar con la historia.

-¿Cómo se conocieron Caddy y Young, Ellioth?

Apago la luz y me siento en el sillón. Kyra apoya su cabeza en mi regazo y la cubro con mi casaca mientras trato de recordar la historia.

Cuando Caddy tenía 10 años, su padre  llevó a toda su familia a Faria para abastecerse de armas, alimentos, y otros suministros. El Capitán Mah-Sey llevó a sus tres hijos mayores y a algunos marinos con él para que le ayudasen a negociar; casi todos los otros marinos salieron a hacer sus propias diligencias al mercado de Faria y los otros 9 hermanos Mah-Sey se quedaron junto a su madre en la nave.

Aunque los hermanos nunca se aburrían en la nave cuando viajaban, la tentación de estar en tierra firme en una ciudad totalmente nueva y desconocida para ellos, era demasiado grande y los mayores no paraban de planear como salir a explorar.

-Si tanto quieren salir, vayan, pero regresen en dos horas.- anunció su madre  después de verlos caminar de un lado a otro como leones enjaulados - Y solo pueden ir Cox, Abdiel, Fekki y Caddy. Los demás aún son muy pequeños.

Después del grito de júbilo de los más grandes, mezclado con el suspiro de decepción de los más pequeños, se prepararon cuatro mochilas con comida y algo de dinero para los exploradores.

Cox, que tenía 16 años, tomó a Caddy de la mano cuidando de no soltarla ni un segundo mientras se dirigían al mercado de Faria. Después de un rato explorando los puestos y las tiendas, los hermanos ya se habían hecho de algunos tesoros, como un miralejos, un maletín con herramientas, algunas trampas para atrapar peces, una daga con empuñadura de marfil, guantes de piel para los cuatro, un broche de perlas para su madre y una mochila llena de golosinas para sus hermanos menores.

El mercado estaba ubicado junto a un canal que corría hacia el muelle y los hermanos decidieron comer en la orilla del canal y después seguirlo para regresar al muelle.

-Tomen veinte minutos para explorar por su cuenta y nos veremos en este mismo árbol para comer y luego nos iremos.- Dijo Cox con firmeza. – Caddy, Si te pierdes, pide ayuda a un Guardia Real, pero no le digas que tu apellido es Mah-Sey ni a que se dedica tu padre. ¿Entendido?

-Sí, Cox, no lo voy a olvidar.

Caddy siguió a Cox unos minutos hasta que vio a un hombre viejo con una caja de madera frente a él y un letrero que decía “Genet Rayado”. Caddy se acercó al hombre con curiosidad, nunca había visto un animal como ese, parecían pequeñas comadrejas con colas de gato y hocico de zorro.

-Solo me quedan dos. 

-¿Cuánto cuestan?

-Para ti, pequeña, te daré los dos por una luna.

¡Una luna! Eso era más que una ganga, era un regalo. Caddy tenía su bolsa llena de lunas  y soles, y sin pensarlo, sacó una luna y la puso en la mano del anciano.

El hombre tomó una caja más pequeña donde puso a los dos genets y la entregó a Caddy. Le dijo a la niña que debía alimentar a los genets con pescado seco y se fue.

Caddy siguió explorando el mercado atenta de ver una pescadería donde poder comprar el alimento para sus nuevas mascotas, aunque lo que no sabía era que dos chicos estaban viéndola con atención.

-¡Genets! –Dijo uno de los chicos al otro- Y no son genets cualquiera, son genets rayados.

-¿Qué tiene que ver eso?

-Que los genets normalmente son pintos. Una bufanda y unos guantes de genet rayado pueden valer hasta veinte soles.

-Y esa niña tiene lo suficiente como para hacer dos juegos…

-Y ella está sola. No será difícil.

Cuando Caddy estaba saliendo de una pescadería, los chicos la empujaron,  tomaron la caja con los animales y se echaron a correr hacia el canal.

-¡Mis genets! ¡Vuelvan acá! - Caddy salió disparada gritando, alertando a medio mercado de los ladrones.

A orillas del mercado, cerca del canal, un joven estudiante de la Guardia Real estaba comprando unas botas cuando vio a los muchachos correr hacia el canal, seguidos de una niña que les reclamaba un robo. El muchacho dejó sus compras y corrió detrás de los niños.

-¡Alto!- gritaba el joven cadete.

Los niños llegaron al puente del canal seguros de que lograrían llegar al bosque, pero el joven guardia les pisaba los talones. El chico que llevaba la caja tropezó y la caja quedó a la orilla del puente, justo a punto de caer.

-¡Déjala, corre! – gritó el ladrón más grande al otro.

Los chicos alcanzaron el bosque mientras Caddy corría a tomar la caja, pero justo cuando la alcazaba, los animales se movieron dentro de ella y la caja cayó al agua.

El joven guardia observó los ojos enrojecidos de la niña mientras veía la caja alejarse en el agua, se acercó a ella para consolarla pero ella saltó a la orilla del canal.

-¡Espera!, ¿Qué haces?- trató de detenerla el guardia.

-¡Mira!- Caddy señaló hacia el agua.

La caja se había atorado entre dos piedras que sobresalían de la superficie del agua, tal vez soportaría suficiente tiempo como para recuperarla.

-¡Si vas a ayudarme corre! –dijo la niña

-Pero…

-¡Se van a ahogar si no hacemos algo!

El muchacho sacudió la cabeza con la idea de alejarse pero en vez de eso, saltó a la orilla del canal y corrió hacia un tronco abandonado.

-Usaré este tronco como puente. –Dijo el muchacho arrastrándolo hacia el canal - Pondré un extremo en esas rocas y necesito que empujes este  contra esta otra roca, lo más fuerte que puedas.

-Está bien.

La niña se hincó frente al tronco empujándolo con todas sus fuerzas, mientras el guardia hacía equilibrio para no caer al agua.

-No te vayas a caer…

-Eso estoy tratando. Sostenla un poco más… ya casi llego…

El guardia tomó la caja y regresó con cuidado, pero a unos pasos de tierra firme, escuchó un crujido bajo sus pies y antes de que pudiera advertirlo, cayó al agua arrojando la caja por los aires.

Momentos después, el joven guardia se quitaba las botas y escurría el agua dentro de ellas sentado a la orilla del canal. Por fortuna Caddy había logrado atrapar la caja antes de que cayera al suelo.

-Gracias por salvar a mis mascotas.

-Ah… olvídalo.- dijo resignado- Es mi trabajo. ¿Cuál es tu nombre, niña?

-Me llamo Caddy. ¿Y tú?

-Young. Young Sparks. Debo irme ¿puedes ir a casa sola?

-Sí. Muchas gracias otra vez.

-Adiós- dijo Young mientras caminaba de vuelta al mercado.

-¡Espera! –Caddy detuvo al guardia –Ten. Uno para ti y uno para mí – dijo Caddy extendiéndole uno de los animales.

-¿Estás segura?

-Sí. Llévatelo.

-Gracias. Lo voy a cuidar bien. Ve a casa con cuidado.

La madre de Caddy puso el grito en el cielo cuando vio a la nueva mascota de su hija, pero su padre se encariñó rápidamente con ella; de hecho la llamó “Colmillos”  y la entrenó para ayudarle en sus pillajes.