lunes, 13 de enero de 2014

Capítulo V: El hada sobre tu hombro


Cuando era pequeño, Breez nos contó una historia a Caddy y a mí, sobre el hada sobre el hombro de los niños. Todos los niños nacen con un hada en su hombro derecho, es invisible y pequeña, nadie la nota y muchos creen que no existe.

El hada crece con nosotros. Cuando nacemos, es pequeña y apenas puede moverse, pero aprende rápido del entorno. Conforme crecemos, el hada aprende a cuidarnos y a discernir entre lo bueno y lo malo y nos los susurra cuando debemos tomar una decisión. El hada es un regalo de los Destinos, nos susurra al oído lo que es correcto de hacer y aleja a los peligros, nos consuela cuando tenemos pesar y nos conforta cuando tenemos miedo; pero el hada es muy asustadiza y celosa. Cuando un niño es presentado ante los Profetas, El hada se convierte en un hada adulta y entonces no solo nos susurra las cosas buenas, si no también, nos aconseja y nos ayuda a comunicarnos con los Destinos; es el medio por el cual los destinos hablan a nuestra mente y nuestro corazón. Nos hacen saber que ellos están cerca cuidándonos.

Si uno no hace caso de los consejos del hada, se molesta y deja de hablarnos y de protegernos. Muchos adultos ya no tienen el hada sobre su hombro y otros aún la conservan. Aquellos que conservan el hada sobre sus hombros hasta el momento de su muerte, son los más afortunados, pues se dice que los Destinos tienen un lugar especial reservado para ellos después de esta vida.

No me di cuenta cuándo me quedé dormido y gracias a que tengo un sueño muy pesado, apenas hice caso a Kyra cuando me dijo que necesitaba ir al servicio. Creo que gruñí o algo parecido y ella lo interpretó como un “Si”.

Salgo al pasillo mientras me pongo la casaca. Me encuentro con las dos mismas mujeres que hablaban de Kyra ayer, me miran y murmuran algo. Alcanzo a entender que mi cabello es un desastre. Llego a los servicios y pido a una mujer que averigüe si mi hija está dentro. La mujer responde negativamente, pero me dice que la vio en la terraza del tren. Le agradezco y me dirijo hacia donde ella me dijo.

Llego a la terraza y miro en todas direcciones. Hay mucha gente para ser tan temprano. Finalmente la veo en una esquina alejada.

-Kyra, ¿qué haces aquí, hija? -Kyra permanece inmóvil y sin responderme- Kyra, ¿me oíste?

-Papá…-me llama con voz temblorosa, mira hacia la derecha y allí está el mismo anciano de ayer mirándola fijamente, corre a abrazarme y puedo sentir que está temblando.

Miro al hombre enojado mientras me dirijo a Kyra, la cargo y la llevo dentro mientras el anciano me mira incrédulo, mientras camino me doy cuenta de que tiene un polvo brillante en su hombro derecho.

Sé que Kyra debió estar asustada porque no ha parado de llorar. La siento en el sillón de la cabina y seco sus lágrimas.

-¿Qué sucede, Kyra?, ¿ese hombre te hizo algo? – estoy bastante preocupado.

Kyra se limita a mover la cabeza negativamente.

-Me duele mucho la cabeza, Ellioth.

-¿Segura que es solo eso?

Kyra asiente, aunque yo no estoy muy contento con esa respuesta. Algo sucedió. Algo pasó para que mi hija este tan alterada. Sin dejar de abrazarla, toco la campanilla junto al sillón y en segundos aparece una joven en la puerta.

-¿Llamó, señor? –dice amablemente.

-Sí, gracias. Señorita, mi hija no se siente bien, ¿podría traernos el almuerzo a la cabina?

-Sí, señor. ¿Algo en especial?

-No. Un almuerzo normal estará bien. Y también un té para migraña.

-¿Necesita que llamé al doctor del tren?

-No. Es todo. Pero si pudiera conseguirme información sobre cuando quedará reparado el tren, se lo agradecería mucho.

-Veré que puedo hacer. Con su permiso.- con una ligera reverencia, la mucama se despide y sale a cumplir mi encargo.

Mientras Kyra almuerza, he logrado terminar mi plan para llegar a tiempo a Gedea, con un día y medio de sobra. Espero que todo salga bien, Aunque ya no podremos ir a visitar la Gran Biblioteca de Faria, ni la Academia de Ciencias de Niné.

La mucama viene para retirar el servicio de comida y me informa que los ingenieros han llegado a Matur y están en camino a reparar el tren.

Fuera de los acontecimientos desagradables de la mañana, nuestro día transcurre monótono y tranquilo. Enseño a Kyra su lección del día, la llevo a caminar, le muestro la locomotora del tren y trato explicarle cómo funciona.

No me separo de ella ni el más mínimo instante. Gracias a la intervención de los Destinos, el anciano no se ha vuelto a aparecer en nuestro camino y eso me alegra.

Durante la cena, el guardia principal de tren nos informa que los ingenieros llegarán durante la madrugada y que trabajarán toda la noche para poder reparar el tren lo antes posible, tentativamente, el tren estará listo antes del mediodía.

Antes de dormir, consigo que la mucama lleve a Kyra al servicio para asearse, advirtiéndole que no la pierda de vista ni un segundo. Mientras preparo el sillón para dormir, miro por la ventana y me distraigo viendo la luna. Es la primera vez que tengo tiempo de pensar en Caddy desde hace mucho tiempo.

La extraño.

Pensar que fue bajo esa misma luna cuando le declaré mi amor y ella me correspondió con un beso; y que tiempo después bajo esa misma luna  fue que ella me gritó encolerizada su odio hacia mí, con toda razón y justificación. Lo único que me previno de perder mi cordura esa  noche fue Kyra. El saber que Kyra dependía de mí, de que yo la cuidara y la educara, puso un escudo en mi mente que me salvó de la locura. Sin Kyra mi vida no tendría sentido.

Sin embargo, los ojos purpura de Caddy me han vuelto tan fuertemente en estos momentos, que espero que la mucama tarde más de lo esperado aseando a Kyra, para poder llorar en paz.

Ella nunca fue especialmente bonita. Su cabello era un desastre de rizos rebeldes y caprichosos, su nariz era un poco más grande de lo normal, era de muy corta estatura y de manos maltratadas por el trabajo constante en su taller. Además tenía la mala costumbre de morderse las uñas cuando estaba nerviosa y eso era casi continuamente. Su ropa siempre estaba llena de manchas de aceite y ¡qué decir de su carácter! Lidiar continuamente con la idea de ser la única mujer de una familia de trece hermanos, la había orillado a tener una personalidad fuerte y volátil. Tenía una voz fuerte y no le daba miedo demostrar quien mandaba en ese lugar, además era la mujer menos femenina que yo había conocido.

Cualquiera pensaría que ella estaba loca, y que alguien de buena cuna, como yo jamás vería nada en ella… pero se equivocan. Yo la miraba.

Miraba su hermoso cabello flotando en el agua cuando íbamos a nadar, haciendo caracolas y remolinos que hacían cosquillas cuando nadaba muy cerca de mí. Miraba sus manos llenas de trabajo duro y esfuerzo, su carácter fuerte e inteligente, de sangre caliente y mente fría, su voz a través de los pasillos de La Fortaleza asegurándome que nunca estaba muy lejos de mí si había problemas. Su personalidad comprensiva conmigo, que me permitía mostrarme tal cual era.

Pero sobre todo, miraba sus enormes y hermosos ojos purpura, que se tornaban iridiscentes bajo la luz de la luna.

Saco de mi casaca un pañuelo que envuelve el tesoro más preciado que tengo. Uno de los inventos de Caddy. Ella lo hizo para mí y me lo regaló cuando le dije que comenzaría mis estudios de Alquimia en Gedea y que no volvería en tres años.

Esa noche… ¡Cómo recuerdo esa noche! Habíamos pasado todo el día en la isla cercana a La Fortaleza y cerca de la media noche decidimos que era momento de volver.

-Espera, Ellioth. –Me detuvo antes de entrar al mar -  Tengo… algo que quizá te sea útil. Es… algo que yo hice, así que por favor no te burles.

Miré como Kyra sacaba de su bolsa -esa bolsa de piel que siempre tenía colgando en el cinturón- un pañuelo.

-Es un bolígrafo. Pero no es un bolígrafo cualquiera.

-Viniendo de ti, no lo dudo – dije sonriente - ¿Qué hiciste para que este bolígrafo fuera especial?

Kyra tomó el bolígrafo y me miró muy seria:

-Es un bolígrafo mágico.

-¿Mágico?

-Sí. Mira, si giras esto… la plumilla se esconde, y si giras aquí… ¡Una navaja! Ahora, giramos de nuevo para esconder la navaja y giras aquí y… ¡Una pequeña lupa!... ahora, quita la tapa y presiona aquí… ¡Una lamparita! Y finalmente… si quitas este pequeño tapón…

-¡Oh, cielos! ¡Puedes esconder pequeños pergaminos aquí!

-No lo uses para hacer trampa en tus exámenes.

-No prometo nada… gracias, Caddy.

En ese preciso momento, mi estómago estaba hecho un nudo y sabía que si no decía lo que sentía en ese momento, nunca lo iba a decir.

-Caddy…- ella me miró – Te voy a extrañar mucho. No sé si podré aguantar tres años sin verte.

-¡Vamos! Seguro será más fácil que aguantar un mes en mi compañía.- dijo mientras reía. Esa risa… ¡esa hermosa y estridente risa!

-No… no es eso. Caddy… en realidad yo… –me di cuenta de que no iba a ser tan fácil cómo esperaba, pero ya no había marcha atrás, cerré mis ojos y lo dije lo más rápidamente posible – Te amo, Caddy - por fin había dicho lo que sentía, pero me sentía estúpido, así que traté de explicarme lo más rápidamente posible – Te amo y te he amado hace mucho tiempo, y cuando estoy lejos de ti, solo puedo pensar en esto. En estar juntos, como ahora, por el resto de mi vida, porque…

Sus labios sobre los míos me quitaron el aliento y las palabras. Primero fue un roce suave, podía sentir su aliento cálido, la sentía temblar, como si dudara en terminar; luego como si no supiera como hacerlo, -¡Por los Destinos!, Claro que no sabía cómo hacerlo porque era la primera vez que lo hacía- ella prensó su boca contra la mía mientras acariciaba mi cuello…

Fue un beso seco, corto y lleno de dudas y miedo. El miedo de una jovencita a ser víctima de una broma cruel, pero con la suficiente decisión de una mujer que estaba dispuesta a correr el riesgo de equivocarse con tal de despejar sus dudas.

Se separó violentamente de mí, apenada y se rehusó a hablarme o mirarme a los ojos por más que le rogaba. Su cara estaba totalmente roja. Eso me hacía sentirme más enamorado de ella. Tomé su cara entre mis manos, la obligué a mírame y le sonreí… después la besé.

-Caddy, de verdad, te amo… y prometo que si así lo quieres, te esperaré, de verdad, lo prometo.

Ella no dijo nada. Solo me abrazó fuertemente y se echó a llorar. Nunca la había visto llorar antes.

Me he recriminado una y mil veces por no poder cumplir la promesa que le hice. Ella tiene toda la razón en odiarme. Soy un miserable. Quito el guante de mi mano derecha, observo todas las pequeñas cicatrices en el dedo meñique, son tantas que no se ve piel sana en ningún lado. Saco la navajita del bolígrafo y hago un corte más.


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